En estos días repletos de tiempo libre y en los que frecuentemente se recurre al cine, he podido volver a disfrutar por enésima vez, de la brutal saga de Mad Max, y a decir verdad, ese fue el único pretexto que me llevó a verme redactando un borrador de este artículo. Si has llegado hasta aquí, seguro que serás consciente de los ríos de tinta redactados sobre los distintos Ford Falcon, tanto de carreras como de calle. La polivalencia de este vehículo internacional por excelencia, ha sido hasta la actualidad algo más que briosa, pero cabe destacar que un buen porcentaje de su renombre fue catapultado como consecuencia de una fulgente estrella de cine: El Pursuit Special.
Es probable que por el susodicho nombre, el Ford Falcon XB de Max Rockatansky no fuese muy reconocible en nuestras fronteras, y dicho sea de paso que, aquel no era un vehículo de carreras como tal. Aunque pensándolo bien, puede que sí lo fuese. Puede que el brutal Interceptor, esa efigie de los 80 que se sumó al salón de la fama de una época en la que los coches eran los auténticos y legendarios protagonistas de las series o los largometrajes más demandados del mundo, se manifestase como un verdadero corredor que se disputaba el triunfo contra el tiempo y contra su propia extinción. Un pulso post apocalíptico que desembocaba en violentas rutas a batir, en una lucha que obligaba a lidiar con la fatiga, la carencia total de subsidio y un crimen desbocado que suponían el minuto a minuto del potente coche y su amo.
Hay dos evidentes distinciones del Ford Falcon Interceptor. La versión pre, la cual luce perfectamente inmaculada en el primer largometraje, y la post apocalíptica, que aparece en otras entregas. La única diferencia entre ambas la resuelve la erosión general de su aspecto, las secuelas de los desérticos escenarios y los dos grandes depósitos de almacenaje alojados en la parte posterior.
La película tiene un comienzo picante. Un diligente director nos pone en situación con una persecución que protagoniza un perturbado que se hace llamar el Jinete Nocturno. Circulando a toda velocidad a bordo de un Holden Monaro HQ robado de la propia flota del MFP (Main Force Patrol), y dotado de un V8, posiblemente la versión 308 de 5.0 litros, tanto el Holden como el Jinete terminan carbonizados en una de las populares explosiones ochenteras de abundantes llamas y humo. Los vehículos policiales utilizados en el rodaje eran las versiones sedan del Ford Falcon XB, armadas con el motor de 6 cilindros 250 de 4.1 litros. Tampoco nada despreciable.
Por otro lado estaba el astro de la flota policial denominado Pursuit Special, y más conocido en nuestros lares por “el último de los V8” o “Interceptor”. El modelo estaba basado en la carrocería Falcon XB GT Hardtop producida en 1973, una versión ciertamente limitada que, al igual que el modelo en sí, se destinó en exclusiva al mercado australiano.
Sin olvidar que originalmente Mad Max fue una película de muy bajo presupuesto, la dirección se hizo con una única unidad, producida durante el primer periodo de ensamblaje, y la cual montaba el motor Cleveland 351 de 5.8 litros y 300 cv. Una vez en manos del director de arte de la película, Jon Dowding, este se encargó de trazar todo el diseño del proyecto para a posteriori, confiarle la materialización física a Graf-X International, un equipo que reveló muy acertadamente todos los detalles externos de la carrocería, destacables por el alerón del techo y la parte posterior, la pintura negra, los ocho tubos de escape laterales (cuatro a cada lado) y el frontal con forma de cuña diseñado por Arcadipane, el cual se comercializó bajo el nombre de Concorde.
En la película, el propio Barry, mecánico del cuerpo, declara que el coche cuenta con un potencial de 600 cv.
A pesar de todas sus dotaciones, meramente visuales, lo más significativo del Interceptor se centralizaba en lo concerniente al rendimiento. El enorme supercharger Weiand 6-71 acoplado al motor Cleveland, fue uno de los principales atributos del coche, pero como buen largometraje, el conjunto también estaba lastrado por sus propios decorados. Empezando por el estridente sistema de escape, dotado de nada menos que ocho generosas trompetas laterales, es importante revelar que únicamente dos de ellas eran funcionales. Es decir; el coche realmente expiraba en exclusiva a través de uno solo de los tubos de cada lado. Las vibraciones que se aprecian de los restantes escapes en algunas escenas, venían dadas por el poderoso furor del 351, cualidad que ayudó a darle una mayor veracidad al ‘maquillaje’.
Toda una tentación. Una vida de estrés y exposición al peligro lleva a Max a solicitar la baja del cuerpo. Conociendo su paladar, el capitán Fifi Macaffee, el mecánico del cuerpo Barry y su propio compañero el Ganso, intentan sobornarle con una deliciosa golosina: El último de los V8.
Otra de las ficciones que se ocultan en nuestro protagonista —ocultas por decir algo— tenía que ver con el sobresaliente compresor que custodiaba el capó, el cual Max activaba y desactivaba a su antojo mediante un pulsador rojo. Este método era algo teóricamente imposible, si bien es sabido que los supercharger funcionan mediante una correa solidaria que se asocia con el cigüeñal. Con lo cual, en la primera entrega el supercharger era algo meramente decorativo.
En la segunda entrega se suplantaron las técnicas de ornamentación del Pursuit Special, en principio porque el compresor Weiland se había extraviado y tuvo que ser reemplazado por un Cragar que en esta ocasión, era perfectamente funcional, aunque por supuesto, no desconectable mediante un pulsador como el largometraje nos volvió a mostrar. Sea como fuere, el Interceptor conserva hasta la última gota de su encanto ya que hablamos de cine y ahí todo se justifica. ¡Y qué narices! La propia imaginación y ese afable entusiasmo infantil cuando se trata de coches, eso es algo que siempre prevalecerá en nosotros.