Franco Sbarro es quizás uno de los personajes que más arrebatos ha logrado verter sobre el mundo de la automoción tal y como lo conocemos. Este italiano del 39 se formó como mecánico tras su marcha a Suiza a finales de los 50, hasta terminar dirigiendo su propio taller. A lo largo de su historia se podría decir que ha engendrado un buen puñado de vehículos, algunos modificados sobre su base original y otros erigidos desde cero y a los que posteriormente les agenciaba propulsores firmados por BMW o Rover. El caso es que Sbarro ha sido una continua y explosiva montaña de objeciones, bien sea por las excelentísimas producciones que nos ha regalado, o por otros delirios un tanto discutibles. Este, es quizás para mí, uno de sus trabajos más interesantes.
En 1983, un cliente cargado con dinero y complicados caprichos acudió a las oficinas de Franco Sbarro. Quería un vehículo de especificaciones difíciles, ¿y quien mejor que Sbarro para materializar las más extravagantes fantasías sobre ruedas?
En los 80 Sbarro decidió llevar al límite la capacidad de los Golf introduciendo un V8 de 4,5 litros equipado por los Porsche 928 S.
El paciente era nada menos que un inmaculado Volkswagen Golf negro de 1975, al que se le acopló un flat-six turbo procedente de un 911 Turbo nada menos. Debido al escaso vano del pequeño Golf, el 6 cilindros de Sttutgart se alojó en posición central trasera, derivando mediante el proceso todo su potencial al eje posterior. Como es lógico, los asientos traseros fueron extirpados para dar total cabida al 3,3 litros de 300 cv, el cual se gestionaba mediante una caja de cambios ZF DS25 de 5 relaciones heredada del BMW M1.
¿Quien podría imaginarse en 1983 que un Volkswagen Golf alcanzaría los 250 Km/h? Solamente Franco Sbarro. Para frenar este desbocado conjunto, el italiano no se anduvo con ambages; potencia Porsche igual a bastidor Porsche. Así se dotó al pequeño compacto con un equipo de frenos de cuatro discos ventilados, con medidas de hasta 320 mm en su eje delantero, por supuesto firmados por la marca de Sttutgart. Por consiguiente, lograba hacer un 0 a 100 Km/h en tan solo 6 segundos, y una vez realizada la hazaña podía detener con cierta destreza sus ajustados 1300 Kg de peso.
Las tomas de aire laterales iban destinadas a la refrigeración del flat-six que se alojaba en la parte posterior.
El preparador italiano tenía cada detalle en mente, sabiendo que, el alojamiento del pesado motor bóxer en la parte posterior desequilibraría el reparto de pesos. Para solventar el conflicto instaló un deposito de gasolina de 100 litros mediante una estructura tubular, fijada a lo que un día fue la cuna original del motor Volkswagen. Aquella solución le permitió redondear el peso final a un perfecto 50/50, además de suministrar el papeo extra a un glotón que castigaba a su dueño con cifras de 19l/100 Km.
Llegados a este punto, no hace falta destacar que lo más singular del proyecto era sin duda su capacidad para transfigurarse. ¿Pero por qué otorgarle al coche esa dinámica que se asemeja a un transformer en plena metamorfosis? El cliente hizo especial hincapié en poder presumir del nuevo motor de su exclusivo Golf, y la nueva situación del mismo no procuraba precisamente las mejores vistas. Y como nada parecía resistirse a la imaginación de Sbarro, modificó el tren trasero para que su dueño pudiera alzarlo mediante un sistema hidráulico, solo con presionar un botón. La zaga del Golf se elevaba más de un metro con respecto a su posición inicial, haciendo posible la perfecta visibilidad de su corazón sttutgartense y ya de paso, facilitando un espacio de maniobra con el que el preparador aseguraba poder extirpar el motor al completo en solo 15 minutos.
El equipo de frenos Porsche se ocultaba tras unas llantas BBS, calzadas con neumáticos Pirelli P7 de 195 R15 en el eje delantero y 225 R15 atrás.
La preparación no se limitó en exclusiva a la mecánica y el bastidor de este Golf. Pudo disfrutar de un interior con una llamativa moqueta roja que conjuntaba con unos asientos revestidos con cuero de la misma tonalidad. La madera —un sinónimo del lujo interior de los 80 y los 90— también estaba presente en algunas inserciones de las puertas, el salpicadero y el volante.
Solo una cosa más. ¡Gracias Sbarro!