La era dorada de los supertouring supuso un sinónimo de exaltación, de intensidad y por supuesto, de mucho Grupo A. Entre 1990 y 1999 las más significativas naciones europeas contaban con su propia categoría nacional de superturismo. Desplegándose desde Alemania, Italia, Reino Unido, hasta Francia, dando un salto de gigante a Oceanía donde la categoría se solapa a través de especiales junto a los enérgicos V8 de Holden, no había lugar en el mundo donde la categoría del turismo no coronase.
Por norma general, mecánicas multiválvulas de 2.0 litros adornaban las parrillas de los campeonatos con versiones de hasta 300cv. Un sonido espectacular, fundido con el penetrante aullido de las cajas de piñones rectos, aturdían las esferas de Avus, Hockenheim, Silverstone o el bucólico Mount Panorama. Aquella gloria exponencial se extrapoló a importantes eventos de resistencia como fueron las 24 Horas de Spa-Francorchamps y cómo no, las 24 Horas de Nürburgring.
Por aquel entonces BMW se veía respaldada por una voluminosa popularidad en la disciplina, previamente cuajada en el DTM antiguo mientras compitió bajo el reglamento del Grupo A. Durante los años venideros a su retirada de una ya rota y polémica DTM, la firma comenzó a centrarse de pleno en las competiciones de superturismo donde reventó diferentes campeonatos, especialmente el alemán (STW), el italiano y el francés. El 320i se había convertido en toda una efigie de los circuitos. Pluralidad de equipos, pilotos de todas las características, adaptación a la diversidad del escenario; aquel BMW era el superturismo definitivo para que diferentes pilotos se fotografiaran regularmente en el podio.
El BMW 318tds/320D no fue el supertouring más potente, pero en aquel momento fue el vehículo diésel más potente del mundo.
En 1998 el mercado había empezado a tomar un itinerario un tanto vacilante. El diésel se había presentado como el combustible del futuro y sus atributos parecían estar muy por encima de la tan adorada gasolina tradicional. BMW no dejaba de ser una firma que debía, por encima de todo, vender coches, y eso suponía un rédito que aventajaba a cualquier otro. Incluso al de ganar ciertas carreras.
Las nuevas tecnologías habían depurado la oferta de mercado de vehículos diésel mediante un mayor potencial, cierto decrecimiento de su infernal ruido y el detonante clave: la sobrealimentación. El catálogo de BMW de entonces sólo se componía de dos ofertas diésel; un pesado 6 cilindros en línea de 2.5 litros y un nuevo 4 cilindros de 8 válvulas denominado M41 que rendía unos modestos 90 cv a 4.000 vueltas.
La idea era descabellada pero no compleja. Se adapto un chasis berlina E36 para el pertinente reglamento supertouring, mientras que Warthofer Racing modificó el escueto M41D17 de 4 cilindros para ser inscrito como 318tds en la categoría EcoTech de las 24 Horas de Spa de 1997. Contra todo pronóstico el experimento fue un éxito. El equipo consiguió el primer puesto de la categoría y un tercero en la general, por delante de un Volkswagen Golf TDI y un Renault Megane que terminaron en cuarto y quinto lugar respectivamente, también impulsados por diésel.
El uso del bloque M47D20 en la significativa prueba de resistencia en Nürburgring, sirvió para testar a fuego un motor que BMW estaba a punto de empezar a comercializar.
En 1998, BMW estaba apunto de sacar del horno la nueva generación E46 y con ella, nuevas motorizaciones de gasolina y diésel cómo no, en aras de satisfacer la novicia demanda de este último. Un nuevo M47D20 de 4 cilindros aterrizaba en la carta bávara con una cilindrada de 2.0 litros, una culata de 16 válvulas y el evolutivo sistema de inyección common-rail. Con 136 cv en su versión inicial, entonces no era el diésel más vivaz precisamente, —un servidor llevó uno durante unos cuantos años— y a pesar de que una vez modificado para competir estaba muy dispar en cuanto a potencial con los demás supertouring, logró apiñar 200 cv de potencia y 400 Nm. Esta vez su destino eran las 24 Horas de Nürburgring.
Al ser una carrera de resistencia no toda la escena se focalizaba en la potencia de los coches. El ahora denominado 320d, jugaría la baza de unos reducidos consumos con respecto a un supertouring tradicional, el cual tendría que realizar bastantes más paradas para repostar. Además, sabiendo que un vehículo diésel funciona a regímenes bastante más bajos, y teniendo en cuenta el menor potencial de dicha mecánica, los pilotos recurrieron a la técnica de circular en marchas altas, lo que les permitió ahorrar aún más combustible a la vez que aprovechaban el par máximo del motor.
Fue así como en 1998 Christian Menzel, Marc Duez y Andreas Bovensiepen consiguieron la corona del infierno verde abordo de todo un petrolero con un potencial muy modesto.
Imágenes vía: Desconocido.
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