La pregunta que hoy planteo aquí es sencilla. ¿Por qué añadiría a mi garaje personal un Honda Prelude? Como puro producto autóctono del país del Sol Naciente, el Prelude fue un renombrado coupé que ejerció como escaparate tecnológico en un escenario sin igual, el cual entonces se veía embriagado de un fervor especial por el automovilismo y las carreras. Supuso el tercer integrante del tridente inicial de Honda, junto a sus hermanos de éxito el Civic y el Accord, ambos veteranos que aún sobreviven en este, nuestro desvirtuado mercado actual.
En mi opinión, fueron los B20A7 de tercera generación —refiriéndome a Europa en cuanto a código interno— quienes cerraron el ciclo de un gran coupé que ha hecho historia. No obstante, fue precisamente aquella generación la que gozó de un mayor éxito de ventas, gracias en parte, a ensayos tecnológicos de gran acogida como su sistema 4WS (Four Wheel Steering) de cuatro ruedas direccionables. Algo análogo con lo que ya recientemente había ensayado Nissan sobre sus Skyline GTS, y que denominó como sistema HICAS (High Capacity Actively Controlled Steering)
Además de inspirar en formas y trazos al idílico NSX, el frontal de la tercera generación inspiraba ciertamente al Ferrari Testarossa de 1984.
Un detalle de esta generación que puede resultar cuanto menos irónico, es que a Europa se envió precisamente la versión más potente, ya mencionada, —B20A7— dotada de 150cv. Mientras, en el propio Japón o en Norteamérica se tuvieron que conformar con los B21A y B21A1 de 2.1, con 145 cv y 140 cv respectivamente. Pero centrémonos en la verdadera intención de este artículo, porque estamos tratando con unidades que ya son casi una quimera en nuestro país.
Mi propósito con este artículo es valorar como es debido a la posterior generación, en concreto las versiones BB1 europeas producidas entre 1993 y 1996, armadas con el VTEC de 2.2 litros. Estos rendían 185 cv muy potenciables, cuyos clientes en su día, también tuvieron la opción de adornarlos con el sistema 4WS, el cual en esta generación pasó a ser electrónico en lugar de mecánico como en su antecesor. Ojo, que no todas las unidades lo equipaban de serie. Normalmente se tiende a errar asegurando que todos los Prelude están dotados de las “cuatro ruedas direccionables”, y precisamente no abundan en demasía las unidades dotadas de dicha tecnología.
También es un hecho que si hablamos singularmente de Honda, podemos derivar en una antológica conversación sobre sus mecánicas con unos lapsos más que prolijos. Y es que los motores en cuestión, son uno de los factores especialmente significativos y pasionales en lo que a Honda como marca se refiere. Como en este caso quiero ser lo más breve posible, voy a hacer un sumario hincapié en las mecánicas de la Serie H. Si bien para esta ocasión los japoneses sí se “apoderaron” de las versiones más potentes, con hasta 200 cv —Serie H22A—, a Europa se destinaron las variantes H22A2 —tapa negra— con una potencia máxima de 185cv.
La delicia de Honda: La distribución variable empezó a aplicarse en las versiones Honda de 1989. Consistía en variar los tiempos de distribución, regulando la fase de apertura, tiempo y sección de la susodicha.
En términos generales, es un coche que me apasiona. Está perfectamente resuelto en cuanto a interiores, equipado con unos asientos de pétalo de un agarre sensacional, buenos materiales en general y un trazado del salpicadero que nació un lustro por delante del resto de marcas. Si tratamos su carrocería, a pesar de estar dibujada mediante líneas más redondeadas, conserva la pureza de los coupés bajos y afilados que siempre adornaron las paredes de nuestro cuarto.
Cómo no, el H22A2 de distribución variable, pone a nuestra disposición un “todo para uno” de toda la vida. Sin ser todo lo objetivo que debería, y más con el corazón que con la razón, afirmaría que este es un utilitario de uso diario más que racional mientras se mantenga por debajo de las 5.000 rpm. A partir de ahí, sufre una insólita metamorfosis de coupé pasional, descarado e irracional, atributos que de seguro enamoran a cualquier amante del automóvil. Lo difícil es, una vez hemos tratado con las dos caras de este coche, no recurrir asiduamente al disfrutar de la parte alta del cuenta revoluciones. En fin, todo un juguete para mayores.
El mercado nacional está bien nutrido con unas cuantas de estas unidades, cierto es que en su mayoría con un buen puñado de kilómetros en sus odómetros. Pero recuerda que estamos hablando de Honda, un marca a la que quizás se le pueden reprochar ciertas cosas, pero absolutamente nada en cuanto a términos de fiabilidad. Ni que decir queda que hay que desechar ipso facto cualquier unidad tuneada o corrompida por el mal gusto, a poco que sea, así como también los cambios automáticos, que en motores de esta índole le suponen lo mismo que la sal al café. Paciencia, y creerme que hay auténticos apasionados de los japos que saben valorar y lo que le conviene a estos coches. Por un precio de entre 3.000 y 5.000 euros, no dudaría en darme el capricho y disfrutar de la autenticidad de un coupé de los de antes. Y es que me gusta tanto este coche, que no descartaría tan siquiera optar a un buen 2.0 litros de 133 cv, equipado con el F20.