Probablemente viendo esta imagen te preguntarás, qué tiene que ver un BMW de carreras con uno de los aviones de pasajeros más trascendentales de todos los tiempos. Sígueme.
El BMW M1 fue uno de los deportivos más visuales de su época. Basado en el concepto BMW Turbo diseñado por Paul Bracq, esta efigie del motorsport se materializó gracias al equipo de Ital Design, dirigido por el maestro Giorgetto Giugiaro. En principio, el ensamblaje del vehículo le fue encargado a Lamborghini, pero dados los problemas financieros que entonces venían lastrando al emblema del toro, el contrato quedó suspendido al poco de ser iniciada la producción. Por consiguiente, BMW contactó con la empresa italiana Marchese Racing, quien se encargó de trazar y construir el chasis tubular en Módena. Paralelamente, T.I.R esculpió la preciosa carrocería de fibra de vidrio para que a la postre, Ital Design emulsionara ambas partes junto con los interiores. El conjunto fue rematado por el carrocero Baur en su factoría de Stuttgart y finalmente, el vehículo era enviado a las instalaciones de la división M para el pertinente ensamblaje del motor y la transmisión. Era maquinaria de élite, surgida de un un proceso largo y laborioso.
Más de 450 unidades fueron construidas para homologar el vehículo en el Grupo 4.
La otra cara de esta valiosa moneda es el Concorde. Se trata de un avión de pasajeros supersónico, que manifestó la máxima expresión en cuanto a las aspiraciones tecnológicas que entonces se atisbaban para el transporte aéreo del futuro. Este avión era capaz de transportar a cien pasajeros a una velocidad que doblaba a la del sonido. Fue un proyecto sumamente longevo, forjado a mediados de los años 50, en consonancia con el Cómite de Aeronaves de Transporte Supersónico. Para materializar un ejercicio de esta envergadura, tanto a nivel económico como tecnológico, se requirió de los recursos de dos grandes naciones: Reino Unido (British Airlines) y Francia (Air France). Esta aeronave del futuro hizo que nuestro planeta encogiera, permitiendo realizar vuelos desde Londres a Nueva York en tan solo tres horas. Hoy en día aún son necesarias siete horas de vuelo a una velocidad de 800 Km/h, para realizar este trayecto de más de 5.500 Km.
Esta obra maestra de la tecnología, transportaba personas más rápido que una bala de rifle.
En su día, ambas tecnologías fueron fotografiadas conjuntamente con destinos promocionales, aplicándose algunas imágenes en algunos catálogos de la marca bávara. Y aunque pueda parecer lo contrario, ambos ingenios contenían en su haber un cúmulo de factores comunes. A primera vista fueron considerados una rara avis, manufacturas realmente excéntricas, muy complejas y sin precedentes. Su presencia entre la sociedad fue limitada; el BMW, condenado por sus costes de producción, su principal socio en quiebra y una sociedad que no asimilaba que otro deportivo superase a un Ferrari teniendo la mitad de cilindros. El Concorde, tras 27 años de servicio, fue sentenciado por un trágico accidente ocurrido en el vuelo 4590, en julio del año 2000. Un total de 113 personas fallecieron aquel día en el aeropuerto de París-Charles de Gaulle. A la tragedia se le sumaron los enormes costes de mantenimiento que venía requiriendo la aeronave, los cuales no terminaban de rentabilizar su uso. Por consiguiente, la actividad aérea del Concorde fue relegada en noviembre de 2003.
Ambos nacieron como una maravilla tecnológica. Únicas en el mundo, cada cual en su sector, derramaron primicia, asombro y efectividad. Ambas fueron víctimas de sus particulares factores económicos, entre otros, viéndose condicionadas propiamente y en igual medida, por un nacimiento adelantado a su tiempo. Ambas fueron proyectos de altísima inversión, cada uno bajo su escala comercial. Y por último, ambas deslumbraron con un depurado aspecto minimalista, una aerodinámica sobresaliente y como no, con una belleza que no dejó indiferente a nadie en los inciertos cimientos de los años 80.