Aunar un BMW M1 de las Procar Series, junto a una deidad del talante de Andy Warhol, puede resultar en un abrumador y hechizante cóctel de donaires. La década de los 60 había sido una plataforma de despegue para el renombrado artista estadounidense, quien alimentó su gloria a través de la transfiguración de objetos tradicionales, concediéndoles así el honor de una nueva expresión como sujetos, una inédita forma excéntrica pero seductora para el ojo humano. Pues bien, a raíz de estas prácticas y otras tantas surgía el Pop Art: un movimiento artístico que se materializaba sobre los tablados más ordinarios del día a día, reproduciéndose principalmente sobre tierras inglesas y norteamericanas.
Fue en Factory on East 47th Street, conocida como La Fábrica, donde Warhol derramó, y recién germinado, acogió a todo su arte, cualquiera que este fuera. Es entonces cuando la propia sociedad comenzó a congregar los pensamientos del artista, formando una valiosa colección de inmortales frases. Eran los pensamientos propios de un genio, sus pensamientos, tan profundos como el propio fin del océano. “No hagas ningún caso a lo que la gente escribe sobre ti, solo mídelo en centímetros”
En aquella época BMW ya no necesitaba destacar, su maquinaria era ambicionada por todo el globo, y el reciente superdeportivo M1 cuyo porte había logrado sacralizar una serie propia, las Procar, se había convertido en un objeto de culto en el mundo de las cuatro ruedas. La cosa es que en Múnich, la directiva bávara ha tenido siempre por costumbre aferrarse a la frase ‘It’s never enough‘. Por ello, en 1979, instaron a la celebridad estadounidense a que derramara su arte sobre un exclusivo BMW M1 Procar, a ver que salía.
“Un artista es alguien que crea cosas que la gente no necesita tener”
No era la primera vez que BMW se marcaba un featuring con un artista contemporáneo que, poco o nada tenía que ver con el automovilísmo. En Múnich, las ambiciones lidiaban con fronteras mucho más remotas, materializando con el paso del tiempo lo que hoy en día conocemos como una colección llamada BMW Art Car. Andy Warhol era ya la cuarta colaboración artística pactada por el sello bávaro, y el fin no era otro que el de continuar erigiendo su propia exposición de arte movilizado. Un museo que comprendiese tanto el talento colectivo de la ingeniería alemana, como el individualismo de algunos de los artistas más reconocidos. En 1975, fue Alexander Calder quien utilizó un BMW 3.0 CSL como lienzo, por petición personal del piloto galo Hervé Poulain, del que ya entonces se sabía, era un incondicional amante del arte. Aquel capricho terminó por definirle como el instigador del BMW Art Car Project. El hábito continuó con el artista minimalista Frank Stella en 1976, y Roy Lichtensein fue el tercero en 1977, esta vez revalorizando con su talento uno de los idílicos 320i Turbo E21 del Grupo 5. La siguiente obra fue la de Warhol, con la que te deleitas en estos momentos.
“No quiero ser listo. Ser listo hace que te deprimas”
Como era de esperar, el lienzo fue pintado a mano, con herramientas tradicionales y mediante trazos desordenados. El M1 fue salpicado por una anarquía de colores y contraste, al igual que en el habitual proceder del Art Pop que esculpía Warhol. Se nutrió de colores muy vivos, todos ellos combinados sin ningún tipo de patrón, hasta resultar en un conjunto que incluso resudaba cierta tetricidad. Pero lo que es un hecho, es que la obra de Warhol sobre el deportivo terminó siendo un sinónimo del insigne Art Pop.
Traté de describir una sensación de velocidad. Cuando un automóvil va muy rápido, todas las líneas y colores se vuelven borrosos. Afirmaba el artista tras terminar su obra.
Dada la propia exclusividad del deportivo teutón, —solo fueron construidos 455 ejemplares durante toda una década de producción— así como su receta elaborada de la mano de Lamborghini, le convirtieron en uno de los BMW más icónicos de la historia. Imagínate si además, uno de los artistas con más renombre del último siglo extiende su arte sobre él.
El bloque M88 de 6 cilindros en línea le otorgó una de las voces más deseadas de aquellos remotos años 70/80. El doble árbol de 3,5 litros, la inyección electrónica Kugelfischer, sus 4 válvulas por cilindros o la admisión con seis cuerpos independientes, eran algunas de las maravillas que llegaron incluso a encandilar al sobrio Warhol: “Adoro el automóvil, es mucho mejor que una obra de arte“.
Lo que estaba claro es que BMW no quería una obra de arte inoperable en sus dominios. Disponía de una bomba mediática y tenía la necesidad de hacerla detonar, que el mundo conociese aquel derroche artístico y sus posibilidades, y el medio de difusión ideal sería Le Mans. En 1979, esta conjunción de colores fue alineada en la parrilla de la Sarthe, se le agenciaron tres nombres: Manfred Winkelhock,
Marcel Mignot y Hervé Poulain, corrió, y consiguió un sexto puesto en la general y ser el segundo de su clase. Hablando claro y mal, aquello no fue moco de pavo.
En la actualidad, esta pieza se ha convertido en uno de los mejores utensilios de BMW, con el que exteriorizar su industrial estima por el buen arte, además de inmortalizar un talento individual que se funde por excelencia a uno colectivo. Sin duda, esta supone la gran imagen de apertura al místico salón de arte alemán sobre ruedas.
Fuente: artcar.bmwgroup.