Por Héctor Shavershian.
Rover alimentó el mercado europeo a través de una dieta rica en compactos y berlinas de importante porte. Su eterna fijación por los motores de gasolina, en un mercado que ya estaba asentando los cimientos del diésel, y cierta desconfianza en cuanto a inversión, terminaron con la total extinción de la firma británica. Tras su desaparición, prácticamente la totalidad de sus modelos han pasado sin pena ni gloria. Solamente en el recuerdo de algunos nostálgicos como yo, prevalecen coches tan característicos como el Rover 220 Coupé Turbo. Modelos que marcaron de algún modo nuestra infancia, y que supusieron un punto de inflexión en cuanto a mecánicas Turbo en Europa.
Está estilizada carrocería anglosajona, aderezada con un motor turbo y tracción delantera, supuso para los ingenieros de Rover la toma de uno de los más respetados puestos del mercado europeo, que tanto se disputaban las marcas con sus coupés de 16 válvulas. La manera de entregar su potencia al eje delantero, le procuraron a este pura sangre inglés el apodo de ‘potro salvaje’
El Rover 220 Coupé Turbo representaba el buque insignia de la marca, y fue uno de los Rover más rápidos y potentes que se construyeron.
En los años 90 no era nada extraño que un coupé vanguardista presumiese de un motor de 2.0 litros y 16 válvulas. De hecho, fue la era de los motores DOHC. Lo que no era tan frecuente, es que un coche procedente de una firma con un claro y definido carácter burgués, equipara un 2.0 litros turbo de 200 cv y un diferencial Torsen. Características como está última, eran un habitual en vehículos de propulsión trasera o integral, que además, presentaran unas cualidades deportivas puras. Pero Rover decidió poner toda la carne en el asador con su recién presentado coupé en el Salón d París de 1992. De este modo, surgía una mezcla compuesta por un bastidor y unos acabados de carácter muy burgués, y un grupo propulsor y transmisión dignos de los deportivos más violentos de la época.
A pesar de ofrecer unas prestaciones de escándalo, este Rover no estaba exento de las típicas idiosincrasias de cada coche. Tras engañarte de primeras con su cauta apariencia, el temperamento de su alma era completamente opuesto a las impresiones visuales que ofrecía. De hecho, este coche no tenía nada que envidiarle a portentos coetáneos, como el Lancia Delta HF Integrale, el Ford Escort Cosworth o todo un Opel Calibra Turbo 4×4. Sin complejos, este Rover fue sometido a comparativas con coches que hoy día siguen estando muy presentes, gracias a sus prestaciones y logros. Sin embargo, este pequeño Coupé ha quedado sumido injustamente en el olvido.
Este Rover se codeaba sin complejos con los más ilustres de aquella época, superando en velocidad punta y recuperaciones a todo un Lancia Delta HF Integrale y Ford Escort Cosworth.
En cuanto a velocidad punta y recuperaciones, el 220 Turbo dejaba atrás al Delta HF y al Cosworth, de manera que podemos hacernos una idea del talante mecánico que gastaba este coupé inglés. Pero no todo eran prestaciones en este misil británico. No presumía de armonía entre todos sus elementos mecánicos, que le procuraban un equilibrio dinámico perfectamente adecuado para exprimir toda la potencia que ofrecía su motor turbo.
Cuando analizamos las prestaciones límites de un coche, normalmente es la mecánica frente al bastidor, quien termina presentando las mayores deficiencias. En el caso de Rover 220 Coupé Turbo, su mecánica y transmisión eran tan eficientes y estaban tan sumamente sincronizados, que su rendimiento estaba muy por encima de las posibilidades del bastidor y sus componentes.
Su mecánica se estiraba hasta el corte endiabladamente, catapultando al coupé a velocidades difíciles de superar por sus equivalentes.
Sus frenos y suspensiones no estaban a la altura, ni tan si quiera la rigidez torsional de su monocasco era capaz de asimilar apropiadamente la naturaleza del pletórico 4 cilindros 16 válvulas turbo. Este motor, perteneciente a la Serie T de la firma, fue íntegramente desarrollado por Rover, y no tenía ningún elemento en común con el resto de la gama 200/400. Su procedencia se registra del Rover 820 Ti, una versátil berlina que ofrecía 180 cv de la época. Para el Rover 220 Turbo, el motor fue potenciado hasta los 200 cv mediante una variable en el calado de sus árboles y un ajuste en su unidad de control que afectaba a la inyección y encendido. Estos cambios terminaron con una elasticidad y un gran régimen de uso para el sólido 16 válvulas británico, y no solo eso. En bajas revoluciones, mantenía una vitalidad envidiable, prácticamente igual que en la zona media y alta del cuentavueltas, y es que gracias el aliciente del turbo y su culata de 4 válvulas por cilindro, le titulaban como uno de los 2.0 litros de 16 válvulas más proliferos de la época junto con el Opel Calibra Turbo 4×4.
La progresiva sobrealimentación, comenzaba a actuar sobre las 2.300 rpm, y lo hacía de una manera suave, pero constante, permitiendo además, una curvatura de par por encima de los 235 Nm que declaraba oficialmente de manera constante hasta las 6.000 vueltas.
Misteriosamente, Rover no intervino en los componentes dinámicos del 220 Turbo. De haber sido así, este coupé habría exterminado a todos los 16 válvulas del mercado.
Una vez que sabemos de lo que era capaz este estilizado coupé inglés, no es difícil deducir porqué su bastidor no era capaz de asimilar todo aquel potencial. Rover había utilizado la plataforma de la Serie 200 para este proyecto, la cual había sido desarrollada junto con Honda. Y no solo eso. Tanto las suspensiones, como equipo de frenos y dirección, e incluso su calzado, compuesto por neumáticos (que solo incrementaron de 185 a 195) y llantas, se mantuvieron invariables con respecto al Rover 220 GTI de 136 cv. Inexplicablemente, Rover ignoró por completo la dinámica de su buque insignia, o bien por el contrario, el rendimiento de su mecánica se presentó muy por encima de sus expectativas. Ni siquiera se adoptaron unas estabilizadoras más gruesas para prevenir que se comprometiese la falta de motricidad.
Su calzado insuficiente, y un bastidor que no mantenía un equilibro correcto, no hacían si no que empeorar su dinámica si además, también tenemos en cuenta su carrocería tipo Targa con su techo de cristal desmontable, que declinaba su rigidez estructural final.
Este no era un Rover apto para cualquiera. Su desmesurada entrega de potencia, ligada a un desequilibrado bastidor, lo etiquetaban como un vehículo más adecuado para manos experimentadas a la hora de exprimir su mecánica hasta el máximo. Tremendamente eficaz, pero mucho más complicado de dominar que sus coetáneos.