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Pontiac Trans AM Bandit Especial Edition. El fénix siempre resurge de sus cenizas.

written by Héctor Jáñez 26 agosto, 2017
Pontiac Trans AM Bandit Especial Edition. El fénix siempre resurge de sus cenizas.

Por Héctor Shaversian.

Estamos en 1977. En estos momentos las leyes del estado tejano de la estrella solitaria, castigan el transporte de alcohol al este del río Mississipi, sentenciándolo como un delito de contrabando basado en las leyes federales y las regulaciones estatales de impuestos. Todos recordaremos a aquel legendario camionero que marcó la infancia de todos los aficionados a los coches. Burt Reynolds y su papel de Bo “Bandit” Darville en la película ‘Los Caraduras‘, incluso en la actualidad, sigue siendo una figura de leyenda en el mundo del cine. Fue entonces como uno de los muscle car más carismáticos de la historia, paso a ser objeto de culto.

Pontiac Trans AM.

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Originalmente concebido como Pontiac Firebird a finales de los años 60, este gran coupé, compartía plataforma con otro de los héroes más aclamados en las carreteras y circuitos de todo norteamérica. ¿Os suena el nombre de Chevrolet Camaro? Presentado justo seis meses después, otros monstruos reconocidos de la época, como el Mercury Cougar, hicieron su aparición, prácticamente al unisono que el Firebird. Entonces se respiraba competencia y gasolina, mucha gasolina alimentando los carburadores, en cada compañía, en cada concesionario. Pontiac potenció su Firebird hasta finales de los 70 con potentes y específicos motores, hasta que a partir de 1977, como división propia de General Motors, comenzó a incorporar una gama de motores como herencia de otros modelos de la matriz.

La versión Trans AM se concibió a partir de 1979, utilizando un V8 de 6.6 litros que era capaz de reproducir la mejor de las tormentas. El sobrenombre Trans AM venía justificado mediante mejores acabados, que partían de asientos de cuero, sistema de sonido, llantas de aleación, la posibilidad de incorporar un cambio automático y por supuesto las motorizaciones más poderosas de la gama.

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De momento volvemos al presente, justo 39 años después de que Bandido ejerciera de señuelo para que el enorme trailer rebosante de cerveza Coors, atravesara siete estados hasta llegar a Georgia. Aunque por desgracia Pontiac despareció de la industria automovilística, la compañía Trans AM Wordwide, asentada en Tallahassee, no ha querido dejar que aquella leyenda americana se extinga. La idea era clara: revivir el pájaro de fuego y adaptarlo tecnológica y visualmente a las tendencias de vanguardia.

Tomando como base un Chevrolet Camaro SS de 2015 y sometiéndolo a una perfecta transmutación, nace el homenaje perfecto en forma Trans AM contemporáneo. La edición se ha bautizado como “Bandit”, y no podía ser de otra forma que luciendo sus clásicos paneles desmontables del techo, su combinación de tonalidades negro y dorado y como no, un indispensable V8 de 7.4 litros, que junto a una buena dosis de sobrealimentación, ofrece nada menos que 727 cv y 1.132 Nm. Las cifras del renacido pájaro ponen los pelos de punta y comentan las malas lenguas, que solo los que lucen sombrero Stetson tras su volante, serán capaces de domar todo su potencial. ¿Os imagináis un viaje a bordo del último de los Trans AM, surcando las mismas rutas que dominó su abuelo durante el rodaje de “Smokey and the Bandit” en los años 70?

De acuerdo. Con los paneles del techo recogidos en el maletero, el viento va tundiendo nuestro rostro con los clásicos aromas sureños conexos a sus county highways, y sinceramente; no imagino poder mantener el sombrero en la cabeza con el mismo aplomo que el de Burt.

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Sería difícil imaginar la cantidad de curiosos que atraería en lo más profundo del estado sureño, un remozado Trans AM, el cual se convirtió en un objeto de culto mucho más ambicionado que algunos exóticos forasteros italianos. El cambio standard del resurgido Firebird, es un ya clásico automático de 6 relaciones. Sí, es de esos cambios que hacen gala de un escalonamiento, en el que nos daría tiempo a ver un par de jugadas de los Longhorns mientras sube de una relación a otra. En caso contrario, siempre podemos tomar la opción más emocionante y además, ahorrarnos nada menos que 3.600 pavos, optando por la tradicional transmisión manual que montaba originalmente el modelo.

Este Firebird es pesado. Muy lejos de ofrecerse como el habitual concepto de deportivo europeo, es de naturaleza es ruda, tose y gruñe en las curvas si su conductor tiene el pie pesado, y es costumbre que arroje bramidos de conflagración al dejar las curvas tras su zaga. Es entonces cuando sus neumáticos (sí, con las clásicas letras blancas tatuadas en su perfil) comienzan a humear cual ferrocarril, mientras su control de tracción interviene de forma violenta. ¡This is America!

El último de los Trans AM está loco de atar, no es un coche ético ni racional, y únicamente se sentirá cómodo y satisfecho cuando deje a su piloto amedrentado. Es entonces cuando será demasiado tarde y el desaparecido Pontiac, pasará a formar parte de esa lista de deseos terrenales que siempre enumeras al comprar la lotería de navidad. Te has enamorado de el. Lo sabes y lo sabe.

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Iniciamos nuestra ruta y por supuesto, en la radio suena música country. Estaría bien algo de Kenny Rogers o de la hermosa Patty Loveless. El Pontiac comienza a devorar kilómetros, casi al mismo ritmo que las cámaras de su Small Block consumen hasta la última micra de la gasolina que introduce su inyección directa. Entre parada y parada es fácil imaginar un empacho de hamburguesas, tortitas y de los amables “cariño” que nos regalan las camareras de los bares de carretera, mientras se ofrecen a reponer nuestra taza con café incandescente cada 10 minutos exactos. Ha anochecido, y en el aparcamiento de cualquier motel de carretera, empolvado cual forajido de río bravo, descansa el Pontiac, ahora con los dos paneles de su techo montados y plagados de huellas grasientas, cortesía de las últimas tortitas con sirope que disfrutamos en nuestra anterior parada.

Casi a mitad del viaje, ya en el estado de Arkansas, es probable que nos encontráramos algún que otro camino de tierra, de esos de los que Bo y el viejo Trans AM estarían orgullosos de recorrer desatando tormentas de polvo. Y más que nada, porque la idea de disponer de 727 cv bajo el pedal derecho, en un suelo inestable de gravilla y con una propulsión ilimitada, es apasionantemente mala. Y porqué no cerrar un capítulo lleno de emoción, sazonándolo con algún que otro puente de madera en ruinas (similar al Mulberry original de la película) por el que brincar unos cuantos metros del suelo cual General Lee. Dos pájaros de un tiro, nunca mejor dicho.

Comienza un nuevo día y vuelta a repostar. Este Trans AM atrae la mirada de todos sus compatriotas, pares donde pares. Después de unos cuantos kilómetros, es fácil imaginar el tembloroso capó del V8 vibrando, incluso a ralentí, y sacudiendo todo su bastidor con tan solo acariciar el pedal derecho, mientras la palanca se mantiene en neutro.

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Después de comer, ya entranda la tarde, las horas de conducción comienzan a ser pesadas. Una breve parada en uno de los únicos distribuidores de liquor de una de las tantas localidades perdidas que surcamos a bordo de nuestro pájaro, nos da fuerzas y la motivación necesaria para hacernos con dos paquetes de espumosa y apetitosa cerveza Coors. Nunca jamás se disfrutaría tanto de una cerveza caliente. Supongo que es equiparable a la devoción que siente el Trans AM por el aceite, ya que este compañero de fatigas es capaz de beberse dos litros de lubricante cada 300 kilómetros. No, no hay pérdidas, ni ningún tipo de problema con los retenes o segmentos. El V8 es una auténtica máquina de devorar cualquier líquido o sustancia que se meza en su vano motor, y no es para menos, si hace gala de actitudes factibles para etiquetarlo como arma detonadora.

Tras otra efímera noche, retorna el amanecer del Mississippi, con sus nubes rosadas y las habituales variaciones de temperatura según te alejas de sus límites. Son un clásico de uno de los estados que mejor han dominado el sector primario. Tras un buen desayuno, basado en seis tiras de bacon, huevos revueltos, otra pila de tortitas y el imprescindible y procesado orange juice, nos damos cuenta de que estamos viviendo un atisbo del sueño americano. La magia de pisar siete estados, huyendo en cierto modo, disfrutando de cada aroma, de cada imagen, de cada atardecer. La emoción de surcar diferentes puntos de América y así revivir uno de los clásicos más emocionantes del cine, mientras escuchas trabajar a uno de esos V8, hacen que incluso el cansancio que provocan las horas tras el volante, se convierta en otro de los placeres de una aventura que, algún día se hará realidad. Revivir historias que den cabida a tantos lugares y personas, solo por algo tan trivial como la cerveza, es una locura, pero la aventura nunca necesitó un motivo, mientras que los motivos siempre necesitarán un porqué. 

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