Aún en la sociedad contemporánea si hablamos de un genuino maestro en Corvettes y todo lo que concierne a sus modificaciones y puestas a punto, el nombre por excelencia que nos viene a la mente, sin lugar a dudas es John Greenwood. En cierto modo, la historia de John estuvo vivazmente ligada a la de su hermano Burt, si bien habían crecido en sintonía, compartiendo la misma obsesión desde que su padre, Hank Greenwood —ejecutivo de General Motors— , les obsequiara con algunas incursiones por la mismísima factoría custodiada por las siglas GM.
A pesar de que John eligió la ingeniería como aplicación profesional, en lo que ciertamente despuntó fue en exhibirse como piloto y más aún, en una manifiesta fama como preparador que el mismo se fraguó en las calles de Florida. Siempre involucrado en el mundo Corvette, John impresionaba a los corredores callejeros con el rendimiento que le procuraba su Corvette Stingray de 1964, acaparando así el interés del devoto mundo del motor con tal magnitud que, tiempo después, se embarcó en un proyecto que ciertamente definiría nítidamente su desenlace futuro. Su éxito le llevó a suministrar material en una tienda llamada Auto Research Engineering, una transición profesional en la que Greenwood, ya había empezado a trabajar sobre algunos coches de pilotos profesionales, y los que no lo eran, con la misma frecuencia ambicionaban ávidamente el material que John llevaba bajo su capó.
A comienzos de los años 70, John Greenwood ya había competido con cierto éxito a bordo de algunos Corvette prácticamente de stock.
Expandiéndose a nivel internacional, John se había involucrado de lleno en el mundo de la competición. Sus conocimientos de ingeniería, y una ya profusa experiencia como preparador en una vida en la que predominaba el motor, le habían otorgado la experiencia necesaria para que sus V8 pudieran rendir por encima de las 8.000 rpm, algo inusual en el noventa por ciento de las demás unidades. No obstante, en 1974, Greenwood presentó en Detroit su denominado Wide Body, consistente en además de un nuevo y brutal kit de carrocería, en una intensa actualización que paliaba los manifiestos defectos de chasis que venían revelando los coetáneos Corvette C3.
Todo el chasis fue reajustado a través de una logística que implicaba a Protofab, compañía especializada dirigida por Bob Riley y Bill Riley, quien ejercía como ingeniero asistente. Los nuevos chasis Riley Protofab partían de un marco tubular que comprendía la parte central del chasis original. Para mejorar el Wide Body a nivel bastidor, se revisó todo el conjunto de suspensiones, adoptando nuevas geometrías y extirpando del eje trasero el vetusto sistema de ballesta, en aras de unos nuevos muelles y amortiguadores ajustables.
Greenwood tenía ya la vista puesta en la IMSA, y dicho sea de paso que, el nuevo Corvette cada vez tomaba mejores especificaciones para susodicho escenario. Partiendo del brutal Big-Block de aluminio producido por GM, entonces un 454 de 7.4 litros, John vio oportuno incrementar la capacidad del motor hasta los 7.6 litros, lo que resultaba en unas opulentas 467 pulgadas cúbicas. Para que el bloque tolerase las condiciones de la pista se sustituyeron algunos componentes como los pistones y los árboles, y para el caso, el conjunto se alimentaba mediante un sistema de inyección Lucas que regaría las cámaras con combustible de alto octanaje. Junto con otros elementos, y aderezado con un sistema de lubricación por cárter seco, el Corvette Greenwood alcanzó los 700 cv de potencia.
Cuando el ingeniero comenzó a ser un habitual de las parrillas, este ya era conocido por la licencia del ‘Padre de los Corvette‘, de manera que inspirados en la demanda y por consiguiente, en ciertos intereses comerciales, la propia GM le tendió a Greenwood cierto soporte extra oficial para que este completara sus proyectos, y a la postre, que el material también estuviera a disposición de otros clientes.
La ambición de John Greenwood llegó hasta el punto de plantearle a GM el ofertar sus kits de carrocería para los Corvette de calle.
No todo fue un camino de rosas en la carrera deportiva de John. A pesar del excelente rendimiento de su maquinaria, sus andanzas sobre la pista se vieron lastradas por un solo factor: la fiabilidad. Hubo diversas retiradas de la pista, todas ellas por sucesivos problemas mecánicos que terminaron por empañar las prestaciones de los legendarios Corvette. Con todo, en 1976, el ingeniero y piloto fue invitado a Le Mans en aras de imantar espectáculo y así completar una demandada parrilla. John Greenwood tenía a Bernard Darniche como compañero de equipo para ejecutar una salida en el noveno puesto, una situación aceptable teniendo en cuenta el escenario en el que estaban. Irónicamente, aquel día la mecánica del Corvette había aguantado bien, era domingo por la mañana y finiquitar el evento de resistencia más popular del mundo parecía un hecho palpable. Cuando reventó uno de los neumáticos a escasas horas del final, se esfumó toda la esperanza. Esta vez no habían sido los problemas mecánicos, si no que es posible que el azar se cebara. A pesar de todo, Greenwood y su Corvette custodiaron una victoria aquel día, siendo el vehículo que alcanzó mayor velocidad en la recta de Mulsanne, rodando nada menos que a 350 Km/h. Ese mismo año, John Greenwood cesaba su actividad como piloto, siendo imposible compaginar la enorme magnitud de trabajo que conllevaban sus labores como ingeniero, diseñador y preparador. Tras su muerte, como Padre de los Corvette, el ingeniero y piloto recibió infinidad de homenajes, siendo el mejor de todos ellos, la frecuente resurrección de todos sus logros cada vez que se habla de un Corvette, cualquiera que este sea.
Fuente: Ultimatecarpage. Imágenes: RM Sotheby´s.