Deseado o muy deseado terminó por ser el Renault Clio Williams, desde que el atrevimiento de Renault lo pusiera a disposición del público allá por 1993. Como gran parte de la grandeza que reside en este patrón de vehículos, —personalidades deportivas de escasa tirada comercial— su nacimiento viene excusado por las homologaciones destinadas a las carreras. En este caso, las 2.500 piezas necesarias para inscribir al pequeño utilitario francés en los rallyes, sirvieron como un estímulo de conquista para las espinosas expectativas que le ocupaban. Y es aue era un objetivo cuanto menos complejo el de sustituir al incorrumpible Renault 5, entre otros.
Con un predecesor tan duro de suplir, estos coches prácticamente nacían en la cuerda floja, contemplados a cada instante con lupa, esperando al más mínimo desliz para ejecutar su deshonra a base de cotejos con anteriores deidades. No fue así en cambio con un joven Clio, cuyo atributivo “Williams” tuvo buena buena parte de culpa.
– Los preámbulos: Grupo A / Grupo N.
Al comenzar sus andanzas por los Grupo A y Grupo N, el Williams ya se desvelaba como uno de los tracción delantera más diestros y eficientes del momento. Ambas interpretaciones estaban definidas por una construcción muy semejante,no reñido ello con el requerimiento de unos presupuestos bastante más elevados por parte de los Grupo A, que sin titubeos lo reflejaban en su rendimiento. En cualquier caso, ambos a dos coches se veían envueltos en ciertas leyendas de invulnerabilidad.
Ya conocemos la receta de un Grupo N, con ingredientes prácticamente de fábrica, mas en el caso de los Clio Williams dotados estos de poco más que unas suspensiones más afinadas y de algunos elementos de seguridad. Rompiendo con los cánones tradicionales, para la forja de algunos de estos bichos no se partía de un vehículo nuevo de producción, si no de una carrocería completamente en cueros que Matter se encargaba de vigorizar. En el caso de los Grupo A, llegaban dotados de un arco de seguridad integrado que motivaba notablemente la robustez del chasis.
En el Campeonato de España de Rallyes, los Clio Williams eran el rival a batir en la F2.
Todos los protagonistas aquí presentes hoy partían de la misma línea de salida. El prodigio F7R, que para mí es una de las grandes obras de Renault, sirvió con honores al modelo y a sus posteriores, los Megane Maxi.
Si bien en los Grupo N el motor prevalecía por poco de fábrica, solo una nueva cartografía de encendido y un conveniente equilibrado de todos sus componentes móviles, —pistones, bielas y cigüeñal— le separaban de lo común. Como hábito de jerarquía se extirpó el catalizador y la sonda Lambda, mientras que un sistema de escape específico concluía el exiguo listado de variaciones. Mantenía este su caja de cambios de fábrica como el compuesto de mayor lastre, y dicho sea de paso que, los tramos de rallye no entraban precisamente en consonancia con sus importantes saltos entre marchas y su largo desarrollo final. En cualquier caso, se decía que era un producto meramente aprovechable. En total, todo lo aquí descrito le otorgaba al Grupo N un incremento de 17 cv, logrando un cómputo total aproximado de 167 cv. Juguete considerable uno de aquellos.
El Grupo A pintaba tintes más divergentes. Con su bloque y culata virginales, el F7R quedaba al descubierto para un trasplante de pistones forjados, propiciando un incremento en la relación de compresión que pasaba a ser de 12:1. El resto de componentes móviles como bielas y cigüeñal fueron convenientemente aligerados, sumándose a ello unos árboles de cruce superior. En consecuencia de estos últimos, se sustituyeron los taqués hidráulicos por unos mecánicos, en aras de un perfil más colérico y de una mayor escalada de revoluciones. Aderezadas fueron estas prácticas con el titanio, abundante ingrediente ganador. El Grupo A lograba ascender hasta los 220 cv, cifra cuanto menos loable teniendo en cuenta tanto su peso como sus reducidas cotas.
Evolución en cadena: el Clio Williams Maxi supuso un crecimiento técnico cuyas raíces eran los Grupo A.
– El canto del cisne: Clio Williams Maxi.
Más agresivo, más gordo y por supuesto, más potente se manifestó el summun del Renault Clio. Lo fantástico de este coche es que sin ser un modelo que gozara de una prolongada trayectoria, ya que era un modelo teóricamente fresco, había conseguido dejar un rastro tecnológico y un palmarés de ensueño. En apenas tres años, su pletórico surtido de interpretaciones le había procurado un puesto de referencia en los rallyes. Fuera de ellos además, el Williams era uno de los aparatos más deseados por las jóvenes generaciones de los 90. Y por los no tan jóvenes.
Bajo los preceptos de los explosivos kit-car, este summun aterrizaba en las pistas de 1995. Fue puesto en manos de importantes celebridades, las mejores dicho sea de paso. Fueron nombres como Jean Ragnotti —The King Jannot— o Philippe Bugalski, básicamente portentos ligados a ultranza a la marca del rombo.
Perceptibles con soltura por el ojo humano eran los destacamentos de la carrocería, cual dosis letal de anabolizantes definían a un Clio ‘más ancho que largo’. Y para eso eran los excelsos pasos de rueda: para alojar nada menos que un calzado de 17 pulgadas elaborado con magnesio, modelo Speedline 2012 Acropoli Due. Este iba arropado por unos crecientes neumáticos, —hasta 7 cm por rueda— por eso de equilibrar tamaños más que nada. El kit de carrocería era de diseño exclusivo, y el alerón trasero cariñosamente se cocinó con fibra de carbono. Pero el motor; eso sí que sí era lo verdaderamente implacable de este ciclado utilitario.
Los compatriotas de Sodemo fueron los artífices de la intensa evolución del F7R, ahora con 250 cv de potencia a 6.900 rpm, aunque en sus últimas transcripciones se habla de 270 cv logrados a base de un desnudo integral del bloque y culata. Toda una hipérbole para un agregado que apenas superaba los 950 kg de peso. Diferencias sobresalientes con respecto al Grupo A suponían los árboles de nueva factura y su correspondiente calado extra, así como la aplicación de ITB’s o cuerpos independientes. Así mismo, un porteado integral facilitaba el trabajo del refrigerante, no menos importante, mientras que los agresivos árboles instigando elevaciones de válvula de hasta 15mm, requerían de una dieta rica en titanio. Y lo que pedía el niño le era concedido.
AP Racing a cargo del embrague, Sodemo del motor, Alcon de los frenos, Proflex de las suspensiones y en aleación Inconel (níquel-cromo) nacía su colector de escape 4-2-1.
El equipo de pistones forjados fue encargado de forma exclusiva al especialista Pankl, quien por igual trazó unas bielas de longitud inusual —con sección transversal en H— en aras de compensar el aumento de compresión. Dos opciones había a la hora de gestionar toda esta caballería francesa: una caja de cambios manual de 6 relaciones obra de SADEV, pudiendo optar por una secuencial¹ RST Hewland también de 6 velocidades.
¹Quizás como el vaticinio de un futuro más bien insípido, el Clio Maxi fue uno de los primeros coches de rallye que presumía de una caja de cambios secuencial, si bien el Megane Maxi siguió su estela, siendo la de este de 7 relaciones.
En definitiva esto era un aparato muy serio. Las condiciones reunidas en el agregado general conducían a una ostensible desproporción que, de forma insólita tomaba tintes de armoniosa afinidad. Es por eso que el Renault Clio Maxi sin hacer de menos a los Grupo A y Grupo N, fueron unidades que marcaron un antes y un después en el mundo de lo rallyes. De hecho, creo que las más actuales versiones del Clio, muy carentes de la composición que este presente tenía, le deben gran parte de su notoriedad e incluso de su demanda, a este, su antepasado más remoto: el gen Williams.
Fuentes: Test racing AUTOMOVIL, aguttes