A mediados de los años 80, gracias mayormente a los intensos programas de rally que se venían conjugando a lo largo de todo el continente europeo, Audi terminó de forjar su más que merecida reputación. Sinceramente, aquella era una época de bonanza en la que probablemente de puertas para afuera, los de Ingolstadt parecían tener resueltos con cierta solvencia todos sus programas deportivos, así como comerciales. Nada más lejos. Al otro lado del charco, en la soberana Norteamérica, se extendía un basto mercado automovilístico cuyo desarrollo industrial y tecnológico se venía consagrando mediante una paulatina prosperidad, y ese precisamente, no era entonces un escenario en el que los rallys se asentaran con demasiado éxito. Dicho esto, aunque Audi gozaba de un poderoso estatus deportivo que catapultaba sus ventas en el viejo continente, la población estadounidense no sucumbía a los atributos de los cuatro aros. Se requería con urgencia de un plan que captase la atención norteamericana y así dar el salto a aquel nutritivo mercado.
A pesar de su nuevo designio, el prototipo se construyó a partir del chasis del tradicional Audi 200, el cual irónicamente correría con gran éxito años después en la Trans-Am.
A pesar de que Audi ya había aterrizado deportivamente en suelo americano participando en el idílico Pikes Peak, la competición sobre caminos polvorientos no terminaba de cuajar entre el público nacional. Para solventar su cierta ineficiencia mercantil, los alemanes recurrieron a una de las mayores demandas deportivas del país tomando uno de sus robustos Audi 200 y configurándolo bajo algunas especificaciones NASCAR. ¿El escenario? Precisamente uno de los circuitos más rápidos del país: Talladega.
El coche en sí no parecía distar en demasía de un Audi 200 tradicional, si bien se instaló un discreto alerón en la parte posterior, un spoiler delantero y se retiraron los espejos retrovisores en aras de su coeficiente de penetración, que resultó en una cifra nada despreciable de 0,33. Pero lo que más me apasiona de esta unidad es ese sobrio aspecto que no parecía intimidar más que cualquier otra berlina de su época y que por contrapuesto, ocultaba en sus adentros una metralla de modificaciones llegadas directamente desde la suite de la élite forastera.
La dieta a la que fue sometido el tanque teutón fue clave. El capó y las puertas eran de aluminio, los cristales a excepción del parabrisas frontal, eran de plexiglas, los paragolpes de kevlar y por supuesto, cualquier constituyente que concerniese a los interiores se extirpó sin remilgos. Por consiguiente, el bastidor fue obsequiado con una suspensión ajustable que rebajó en 40 mm el conjunto para mejorar su estabilidad y paso por curva a altas velocidades.
Con todas las medidas adoptadas, el conjunto terminó arrojando un peso de apenas 1072 Kg.
En conjunción con la legendaria tracción Quattro se utilizó el primer motor de cinco cilindros que Audi configuró con 5 válvulas, a diferencia que para la ocasión estas se ensamblaron en un ángulo de 47º, en lugar de los 25º con los que se montaban en los Sport Quattro. Y aunque sobre el papel la estructura del bloque fuese similar a la de los tradicionales 20V de la marca, esta unidad se nutría mediante dos inyectores por cilindro que trabajaban a 2.0 bares, en consonancia con algunas partes móviles específicas, como pistones y bielas de titanio provistos de unos novicios conductos de refrigeración, además de lubricación por cárter seco.
El resultado fueron 650 cv de potencia al más puro estilo alemán, los cuales permitieron catapultar a esta conservadora efigie hasta una velocidad máxima de 350 Km/h. Lo más sorprendente es que el motor logró su máxima velocidad girando a 7.200 rpm, esclareciendo por ende que la mecánica podría haber estirado la línea roja hasta cerca de las 8.000, pero bien por la proximidad de la curva o bien por el uso de una caja de cambios con una relación demasiado abierta, esta bestia no alcanzó su verdadero límite de giro.
Y es que no solo hubo un récord de velocidad máxima, si no que el coche albergaba un potencial tan eficiente y brutal, que logró rodar con un promedio por vuelta de 322 km/h, otorgándose así mismo el título de vehículo de tracción total más veloz sobre circuito cerrado. Los resultados calaron hondo, se desató la euforia y entre las filas de Ingolstadt se proyectó una gira promocional que se extendió a lo largo de todo Norteamérica.
Es interesante subrayar que, al circular a altas velocidades por un circuito oval con el pavimento inclinado como es tradición en la NASCAR, hubo que resolver la transferencia de cargas dinámicas sobre los neumáticos mediante la aplicación de muelles de distinta dureza para los neumáticos internos y externos.
El campeón de las 500 Millas de Indianápolis Bobby Unser, se encargó de gestionar el coloso alemán guiándolo hacia el éxito de lo extraordinario. Sería aquel el preludio de un triunfo sin precedentes de una firma europea en tierras norteamericanas. Aquel mismo año el gran Bobby batió el récord del Pikes Peak y a la postre, unos personajes llamados Hans-Joachim Stuck y Hurley Haywood arrasarían sin abnegación alguna en las series Trans-Am e IMSA GTO.
Fuente: audistory.com