Por Héctor Shavershian.
Cuando en 1993 Emile Leray se vio sólo ante el despiadado desierto del Sahara tras naufragar con su Citroën 2CV debido a una avería, no tuvo más remedio que hacer uso del ingenio para salvar su vida y volver a la civilización. Gracias a una reconversión del utilitario más famoso de la Ville Lumière, en moto nada menos, pudo superar lo que para cualquier otro hombre habría sido una prueba fatídica llena de vulnerabilidad y desesperación. Una piedra fue la culpable, cuando tras intentar eludir un puesto fronterizo circulando campo a través, dejó fuera de combate a un 2CV no desprovisto de ciertas habilidades rurales. Curiosa cuanto menos la historia del Citroën 2CV Transformer y su creador, un auténtico Tony Stark.
Nos trasladamos al sur de Marruecos, donde bajo el ineludible sol Africano el electricista francés Emile Leray tenía en mente comenzar una ruta desértica de aparente simplicidad. Leray dejaba a sus espaldas la ciudad de Tan Tan mientras se adentraba en los albores del desierto norsahariano a bordo de su incansable 2CV, una aventura que prometía un buen testimonio. La cosa se enturbió al alcanzar una avanzada militar, donde el cuerpo militarizado le dio el alto, comunicándole que no podía continuar con su ruta. El conflicto armado entre Marruecos y el Sahara Occidental con motivo de la descolonización y la independencia del Sahara español, estaba en pleno auge, por lo que la única opción que recibe Leray es dar media vuelta y ceder el control del vehículo a uno de los militares para que este lo regrese a Tan Tan. Con la mosca detrás la oreja, en un momento de perspicacia Leray alega que un problema con su seguro le impide viajar con pasajeros. Ipso facto dio media vuelta y regresó por el mismo camino sin apartar los ojos del espejo retrovisor, asegurándose de que el Frente Polisiario no seguía sus pasos.
Casi cuatro décadas atrás, el Citroën 2CV se había labrado cierta fama de vehículo rural, robusto, fiable y eficaz, incluso bajo el peor trato.
En un intento por recuperar su ruta y rodear el puesto de control, Leray decide tomar campo a través confiando de pleno en la reputación de su compatriota de cuatro ruedas. El Citroën 2CV fue un coche robusto y fiable, pero no invencible. Una piedra oculta se interpuso en su camino y el valiente Citroën quedó fuera de combate. El accidente resultó en un eje dañado y un brazo de la suspensión delantera destrozado, lo que imposibilitaba de lleno la circulación del 2CV, dejando a Leray en una enrevesada situación.
Una vez desmontado todo el equipo mecánico del 2CV, la carrocería le sirvió como refugio nocturno para superar las frías noches y las tormentas de arena.
Con el vehículo inutilizado y víveres para unos 10 días aproximadamente, Emile Leray se encontraba perdido en algún punto del implacable Sahara. El contacto con la civilización más próxima estaba a decenas de kilómetros –unas 20 millas– y en aquel remoto paraje, la mayor actividad que el francés podía encontrar era la de los zorros y las víboras.
Por suerte, el naufrago francés había adquirido cierta experiencia mecánica trabajando en algunos talleres de la capital de Mali, pero con las herramientas que disponía en aquellos momentos –utensilios básicos como, alicates, destornillador, alambre, cinta, tornillos– decidió que una reparación del vehículo era inviable. Un pequeño rayo de esperanza llegó cuando a Leray se le encendió la bombilla y su mente dibujó un proyecto de dos ruedas, relativamente “fácil” de cosechar para un hombre con su experiencia.
En una aventura muy Mad Max, Leray desarrolló una moto perfectamente funcional con todas las piezas aprovechables de su 2CV. Su ingenio y experiencia salvaron su vida.
Superando toda barrera mecánica, Leray comenzó a trabajar bajo el sol abrasador en mangas de camisa, donde incluso llegó a improvisar unos guantes con un par de calcetines. Todas las piezas explotables del Citroën 2CV fueron extirpadas de la carroceria, hasta que el sencillo armazón quedo relegado a servir como refugio para las frías noches del desierto y las tormentas de arena.
La sencillez de ensamblaje del Citroën 2CV fue un gran aliciente para Leray, en un proceso que partía con la separación del chasis y la carrocería. El tamaño del mismo fue reducido a la mitad y en su parte central se alojaron el reducido motor de dos cilindros opuestos y la caja de cambios. Pero como si de un buen ingeniero se tratase, a la vez que aventurero, el francés tuvo muy en cuenta los espacios para el posterior alojamiento del depósito de gasolina y la batería.
La rueda delantera era la única provista de suspensión y el tambor derecho estaba bloqueado para que el diferencial transmitiese toda la potencia al otro tambor motriz. Aquella improvisada obra le permitió circular a un máximo de 20 Km/h, una velocidad no muy generosa pero más que suficiente para alcanzar la civilización.
“Decidí activar el modo superviviencia, racioné la comida y el agua e improvisaba con las herramientas.” Declaraba el aventurero francés.
Los días de Leray transcurrían doblando piezas metálicas, intentando perforar con otros restos de materiales e improvisando guías. En un principio el electricista francés creyó que el proyecto estaría listo en unos 3 días, pero la complejidad de trabajo y el escaso material, demoraron la construcción hasta casi 12 días. Los tornillos sobrantes unían las improvisadas estructuras y partes como el asiento, se forjaron gracias a un trozo de parachoques convenientemente acolchado con material procedente del salpicadero.
¿Pero como frenaba Leray el “potencial” de este frankenstein? Sencillamente no frenaba, y por su puesto, el motor respiraba a escape libre. Eso sí, mantuvo la placa original de matrícula para evitar problemas legales por si alguna patrulla daba con él.
Una vez localizado y a salvo, Leray fue multado por conducir un vehículo que no se correspondía con su documentación.
Leray comenzó un viaje de vuelta a la civilización en el que las adversidades no le abandonaron. Como un producto casero y mayormente motivada por los escasos medios de ensamblaje, la fiabilidad del 2CV de dos ruedas no era la mejor. Las condiciones y el complejo terreno al que se enfrentaba, también colaboraban en los constantes desajustes del vehículo, obligando a numerosas paradas para improvisar una y otra nueva reparación. Leray no se libró de alguna que otra caída, hasta que por fin fue localizado por un vehículo militar. Apenas le quedaba agua y alimentos, cuando el francés relataba su historia a los gendarmes, los cuales no creyeron una palabra de lo que decía hasta encontrar en pleno desierto los restos abandonados del Citroën 2CV de Emile Leray, el electricista francés.
Fuente imágenes: dailymail.co